“De-cápita”
“La guerra en Colombia nos
notifica a cada instante que la muerte es nuestra única compañera. Nuestros
cuerpos entonces tienen que desplegar toda una maquinaria guerrera para poder
resistir, es decir, para poder seguir existiendo, incluso más allá de nuestra
historia personal, más allá de nuestros proyectos y valores. Más allá de la
imagen subjetiva que teníamos de nosotros mismos, se despiertan en nuestros
cuerpos toda una serie de fuerzas, velocidades, ritmos que permanecían en
potencia, pero que nuestro propio yo se había encargado de anestesiar y
sojuzgar: acechar como animales, olfatear el peligro, visualizar signos
extraños y actuar. En suma, nuestros sentidos tienden a agudizarse y nuestro
cuerpo tiene que volverse el acechador que intuye cuándo debe “abrirse”,
escaparse, desplazarse, exilarse, o incluso desaparecer, volverse
imperceptible.
Entonces desde el caos,
desde las condiciones más catastróficas, los cuerpos se ven obligados a
atravesar el límite, a entrar en otras dimensiones que amplifican extraordinariamente
su poder de afección y su capacidad de percibir el mundo.
El cuerpo es quien debe
realizar un gran esfuerzo por atravesar esa discontinuidad del tiempo, regresar
de la muerte para construir una nueva temporalidad. A nivel del espacio, lo que
se vive es una desterritorialización, un abandono del territorio que daba
seguridad con sus límites. Los cuerpos se ven obligados a abandonar su
condición sedentaria y nomadizarse; por fuera de la voluntad de un sujeto, el
cuerpo tiene que romper rutinas y costumbres y adaptarse a las circunstancias.
Cuando la guerra marca un
cuerpo, sea a través de la desaparición, la muerte o la amenaza, desde ese
instante, el cuerpo deja de ser quien era y entra performativamente en otra
condición”. [1]
De-cápita fue un llamado a
resistir, a estar presentes a pesar de, a preguntarse, a vivir y sentir un
cuerpo que no era uno solo, eran muchos, eran los que estaban colgados, los que
estaban observando, los que no estaban y aquellos que en nuestra memoria
colectiva hacen parte de una historia mutilada
por el dolor, por la pregunta y por la desazón de una violencia que nos
toca a todos por igual. Este proyecto también nos hizo pensarnos en una
posición política frente a nuestro cuerpo, pero también a nuestro entorno, a
nuestro que hacer y a nuestra forma de ver el mundo.
Es inevitable en esa
posición y en esa cercanía con este contexto no pensar en los cuerpos que
rodaban por el río o por los que iban apareciendo desmembrados, sentir como a
nivel corporal una cercanía con la vida, pero también con la muerte, que
también era una posibilidad de gritar, de denunciar, de evidenciar y de evocar
a los miles de cuerpo N.N que todavía aparecen y aparecen en una sociedad que a
veces parece no importarle.
En toda esta construcción de
la performance también aparece esa parte de la política en donde el debate, el
discernir y el no estar de acuerdo construyó la puesta final; hicimos
ejercicios en donde las posiciones, estética, éticas, políticas nutrieron el
trabajo e hicieron que De-cápita si bien fuera una acción, también fuera una
pregunta abierta frente a lo que se veía y leía.
En el proceso, cosa que no
siempre se ve, este concepto se vivió cada día, en cada entrenamiento, en cada
discusión, respetarnos, saber que todos a pesar de miles de inconvenientes
estábamos ahí para entrenar, para colgarnos una y otra vez, no para hacerlo
bien, si no para saber y experimentar cada sensación, para llenar cada colgada
de significantes: rabia, miedo, felicidad, cansancio etc. Esto nos hizo, grupo,
nos hizo familia, nos hizo por unos días comunidad y esto fue lo que a la final
se vivió en la acción una comunidad un bosque de cuerpos, de carne, que estaba
ensimismado, pensativo, adolorido, conmovido, pero que también encarnaba miles
de cuerpos, miles de rostros, miles de nombres y miles de sensaciones.
“En Colombia sí hay una
memoria sobre la violencia, pero no se han dado las circunstancias sociales,
políticas o culturales para reflexionar y polemizar públicamente sobre este
asunto, mucho menos, para la búsqueda de justicia para las sistemáticas
violaciones de derechos humanos. Es decir, que en el país nose han creado las
condiciones y los canales institucionales para enfrentar, de manera conjunta,
la experiencia de la violencia y construir una memoria colectiva que tenga un
carácter “ejemplar”. [2]
Personalmente creo que
De-cápita permitió mirarse más allá e hizo una importante relación entre el
arte y la política sin separarlas, ya que esta comienza desde el cuidado por
uno, pasando por el cuidado del otro, hasta llegar a discutir y sentar una
posición frente a una comunidad y lo que con esta pase.
Esta acción evoca muerte, evoca solemnidad, pero es precisamente por ese contraste
entre cuerpo, espacio y resistencia, esa resistencia que nos habla de
permanecer, de insistir, de persistir y supervivir.
[1]
Construcciones de Cuerpos. Consuelo Pabón.
[2]Violencia,
memoria y literatura testimonial en Colombia. Entre las memorias literales y
las memorias ejemplares (2003) Articulo de revista. Estudios Políticos
(Medellín) No. 22, Ene.-Jun. 2003 p. 31-57. Juan Carlos Vélez Rendón.
Evelyn Joan Loaiza Quiceno
Estudiante Artes Plàsticas
Integrante Colectivo Àrtistico "El Cuerpo Habla"
http://cuerpohabla.blogspot.com/
Universidad de Antioquia
cel:3014523314
uncorreodoscorreos@gmail.com
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