Conversatorio con El Cuerpo Habla en la Heladería en el marco del 43SNA


“De-cápita”



“La guerra en Colombia nos notifica a cada instante que la muerte es nuestra única compañera. Nuestros cuerpos entonces tienen que desplegar toda una maquinaria guerrera para poder resistir, es decir, para poder seguir existiendo, incluso más allá de nuestra historia personal, más allá de nuestros proyectos y valores. Más allá de la imagen subjetiva que teníamos de nosotros mismos, se despiertan en nuestros cuerpos toda una serie de fuerzas, velocidades, ritmos que permanecían en potencia, pero que nuestro propio yo se había encargado de anestesiar y sojuzgar: acechar como animales, olfatear el peligro, visualizar signos extraños y actuar. En suma, nuestros sentidos tienden a agudizarse y nuestro cuerpo tiene que volverse el acechador que intuye cuándo debe “abrirse”, escaparse, desplazarse, exilarse, o incluso desaparecer, volverse imperceptible.

Entonces desde el caos, desde las condiciones más catastróficas, los cuerpos se ven obligados a atravesar el límite, a entrar en otras dimensiones que amplifican extraordinariamente su poder de afección y su capacidad de percibir el mundo.

El cuerpo es quien debe realizar un gran esfuerzo por atravesar esa discontinuidad del tiempo, regresar de la muerte para construir una nueva temporalidad. A nivel del espacio, lo que se vive es una desterritorialización, un abandono del territorio que daba seguridad con sus límites. Los cuerpos se ven obligados a abandonar su condición sedentaria y nomadizarse; por fuera de la voluntad de un sujeto, el cuerpo tiene que romper rutinas y costumbres y adaptarse a las circunstancias.

Cuando la guerra marca un cuerpo, sea a través de la desaparición, la muerte o la amenaza, desde ese instante, el cuerpo deja de ser quien era y entra performativamente en otra condición”. [1]

De-cápita fue un llamado a resistir, a estar presentes a pesar de, a preguntarse, a vivir y sentir un cuerpo que no era uno solo, eran muchos, eran los que estaban colgados, los que estaban observando, los que no estaban y aquellos que en nuestra memoria colectiva hacen parte de una historia mutilada  por el dolor, por la pregunta y por la desazón de una violencia que nos toca a todos por igual. Este proyecto también nos hizo pensarnos en una posición política frente a nuestro cuerpo, pero también a nuestro entorno, a nuestro que hacer y a nuestra forma de ver el mundo.

Es inevitable en esa posición y en esa cercanía con este contexto no pensar en los cuerpos que rodaban por el río o por los que iban apareciendo desmembrados, sentir como a nivel corporal una cercanía con la vida, pero también con la muerte, que también era una posibilidad de gritar, de denunciar, de evidenciar y de evocar a los miles de cuerpo N.N que todavía aparecen y aparecen en una sociedad que a veces parece no importarle.

En toda esta construcción de la performance también aparece esa parte de la política en donde el debate, el discernir y el no estar de acuerdo construyó la puesta final; hicimos ejercicios en donde las posiciones, estética, éticas, políticas nutrieron el trabajo e hicieron que De-cápita si bien fuera una acción, también fuera una pregunta abierta frente a lo que se veía y leía.

En el proceso, cosa que no siempre se ve, este concepto se vivió cada día, en cada entrenamiento, en cada discusión, respetarnos, saber que todos a pesar de miles de inconvenientes estábamos ahí para entrenar, para colgarnos una y otra vez, no para hacerlo bien, si no para saber y experimentar cada sensación, para llenar cada colgada de significantes: rabia, miedo, felicidad, cansancio etc. Esto nos hizo, grupo, nos hizo familia, nos hizo por unos días comunidad y esto fue lo que a la final se vivió en la acción una comunidad un bosque de cuerpos, de carne, que estaba ensimismado, pensativo, adolorido, conmovido, pero que también encarnaba miles de cuerpos, miles de rostros, miles de nombres y miles de sensaciones.

“En Colombia sí hay una memoria sobre la violencia, pero no se han dado las circunstancias sociales, políticas o culturales para reflexionar y polemizar públicamente sobre este asunto, mucho menos, para la búsqueda de justicia para las sistemáticas violaciones de derechos humanos. Es decir, que en el país nose han creado las condiciones y los canales institucionales para enfrentar, de manera conjunta, la experiencia de la violencia y construir una memoria colectiva que tenga un carácter “ejemplar”. [2]

Personalmente creo que De-cápita permitió mirarse más allá e hizo una importante relación entre el arte y la política sin separarlas, ya que esta comienza desde el cuidado por uno, pasando por el cuidado del otro, hasta llegar a discutir y sentar una posición frente a una comunidad y lo que con esta pase.

Esta acción evoca muerte, evoca solemnidad, pero es precisamente por ese contraste entre cuerpo, espacio y resistencia, esa resistencia que nos habla de permanecer, de insistir, de persistir y supervivir.




[1] Construcciones de Cuerpos. Consuelo Pabón.
[2]Violencia, memoria y literatura testimonial en Colombia. Entre las memorias literales y las memorias ejemplares (2003) Articulo de revista. Estudios Políticos (Medellín) No. 22, Ene.-Jun. 2003 p. 31-57. Juan Carlos Vélez Rendón.


Evelyn Joan Loaiza Quiceno
Estudiante Artes Plàsticas 
Integrante Colectivo Àrtistico "El Cuerpo Habla" 
http://cuerpohabla.blogspot.com/
Universidad de Antioquia 
cel:3014523314
uncorreodoscorreos@gmail.com

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